Son escasas las ocasiones en las que el teatro se arriesga de este modo. Curupayty, el mapa no es un territorio propone una puesta en escena sumamente particular.
Para quienes frecuentan el teatro Del Borde, lo primero que observarán es que han decidido cambiar de frente; este reacomodar el cuerpo y la mirada tendrá su correlato en cuestiones centrales del orden de la percepción. En un rincón, un hombre escribe, orienta el relato y desde allí, también se provoca la música. Frente a público, ocupando el mismo terreno horizontal que aquél, se distribuye el espacio de los actores. El relato es el de una batalla y el marco, una guerra mayor. Pero la quietud es poderosa, casi un acto de resistencia.
Si el mapa no es el territorio, el relato de la guerra no es la guerra. Julio Molina, un dramaturgo de bellísimas palabras, que habita más cerca de la poesía que de la cotidianeidad, tomará una decisión inhabitual: contar en guaraní.
Doble lejanía, por la escasa acción y por la lengua. Pero es justamente ese extrañamiento el que nos interpela. Escuchamos (los que desconocemos el guaraní) los sonidos, percibimos las articulaciones sonoras, nada más. Y luego, al llegar la traducción, aparece el reemplazo de “nosotros” por “ellos”. Y es tan fácil entender lo que implican las versiones, las lecturas diversas, la distancia. Entonces uno se pregunta qué nos dijeron hasta ahora los que tradujeron, los que se arrogaron el derecho de la lengua oficial. ¿Qué fue lo que nos contaron? El Curupayty de Molina deviene denuncia. Y esperanza de empezar a saber.
Para quienes frecuentan el teatro Del Borde, lo primero que observarán es que han decidido cambiar de frente; este reacomodar el cuerpo y la mirada tendrá su correlato en cuestiones centrales del orden de la percepción. En un rincón, un hombre escribe, orienta el relato y desde allí, también se provoca la música. Frente a público, ocupando el mismo terreno horizontal que aquél, se distribuye el espacio de los actores. El relato es el de una batalla y el marco, una guerra mayor. Pero la quietud es poderosa, casi un acto de resistencia.
Si el mapa no es el territorio, el relato de la guerra no es la guerra. Julio Molina, un dramaturgo de bellísimas palabras, que habita más cerca de la poesía que de la cotidianeidad, tomará una decisión inhabitual: contar en guaraní.
Doble lejanía, por la escasa acción y por la lengua. Pero es justamente ese extrañamiento el que nos interpela. Escuchamos (los que desconocemos el guaraní) los sonidos, percibimos las articulaciones sonoras, nada más. Y luego, al llegar la traducción, aparece el reemplazo de “nosotros” por “ellos”. Y es tan fácil entender lo que implican las versiones, las lecturas diversas, la distancia. Entonces uno se pregunta qué nos dijeron hasta ahora los que tradujeron, los que se arrogaron el derecho de la lengua oficial. ¿Qué fue lo que nos contaron? El Curupayty de Molina deviene denuncia. Y esperanza de empezar a saber.
Mónica Berman
cuándo vienen las funciones a paraguay?
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